Crecer en el respeto a las diferencias, se vuelve necesario. Marcar las diferencias nos empobrece, no es el camino. La diversidad cultural, en la que nos permite vivir nuestro mundo, es una oportunidad ideal para enriquecernos.
En los autobuses, en el metro, en las aulas, a menudo encontramos personas que han llegado de otro país. Vivir en positivo, es poder encontrar en la diversidad un momento de compartir y crear lazos.
Vivir en positivo, es aprovechar las diferencias para crecer en comprensión, empatía, escucha, tolerancia y respeto. A menudo, la ignorancia es atrevida, impulsiva e indiscreta.
Descubrir el valor del otro, hace que descentremos la atención de nosotros. Es decir, nos ayuda a dejar de pensar que nuestro mundo es el único, el especial.
Lo importante es llegar a descubrir, que las personas, estemos donde estemos, necesitamos expresar la vida que llevamos dentro, necesitamos celebrar la vida. Las costumbres, las fiestas, las celebraciones, los trajes típicos, comidas, música, paisajes naturales, flora y fauna, nos hacen ser y nos identifican. Pero no nos hacen ser ni mejores ni peores.
Educar para la empatía y el conocimiento más allá de las diferencias, es crear una sociedad humana, humanizadora y humanizante. Parece obvio, pero no lo es.
No es necesario marcar las diferencias con las banderas, para enfrentarnos. Vivir en positivo es ponernos en pie de igualdad. La cuestión de fondo, siempre es el respeto.
Necesitamos pararnos, escuchar, no dar por supuesto. Bajarnos de nuestro pedestal y sentarnos en una silla donde podamos, sin prisas, mirarnos y valorarnos. Ponernos en verdad y caminar juntos buscando la forma de avanzar.
La inteligencia emocional, nos lleva a no quedarnos frenados, esperando que sean los demás los que den el primer paso.
Podemos desde las familias y las instituciones educativas crear puentes, espacios de encuentro.